martes, 16 de septiembre de 2008

Introducción a la deconstrucción



Antes que otra cosa valga aclarar que la deconstrucción como estrategia puede solo entenderse, en un primer momento, desde la filosofía, y quizá sólo a partir del pensamiento de Jaques Derrida, filósofo francés nacido en El-Biar en Argelia en 1930. Asimismo, que esto no implica un límite, el presupuesto de que la deconstrucción fue exclusiva a un sólo personaje, ni que sus cuestionamientos no puedan pensarse como herramientas para ampliar posibilidades al enfrentarnos al discurso. Al contrario, la deconstrucción abre, invierte, retoriza la retórica, tropea los tropos, anula el discurso y lo recrea, lo subvierte, lo disloca, casi casi, hace con él, y esto de manera sistemática y siempre así, lo que le da la gana.

Pero habría entonces que empezar por el comienzo, esto es para nosotros amantes de la etimología, de la acuñación, del presupuesto de la palabra que significa: el significado de Deconstrucción. Y tal vez no hay tal; pero no hay por qué temer: hay indicadores, pistas, textos derridianos, interpretaciones, juegos etimológicos que podrían acercarnos hacia aquello que ni el mismo Derrida pudo (o quizo) definir con exactitud.

Cuando hubo la intención de traducir De la gramatología al japonés, el professor Izutsu solicitó a Derrida algunas reflexiones esquemáticas y preliminares sobre la palabra deconstrucción con vistas a una posible traducción del término. Derrida responde en una posteriormente titulada “Carta a un amigo japonés”, una suerte de explicación-historia del término. A manera de relato:

Su primer uso (incluso para el autor) fue en De La Gramatología y la primera intención, traducir dos conceptos heideggerianos: por una parte Destruktion, no como destrucción sino, en los términos del filósofo, como desestructuración para destacar algunas etapas estructurales dentro del sistema, y por otra, Abbau, en el sentido de deshacer una codificación para ver cómo está construida, “como cuando uno de niño desarma un juguete par ver cómo funciona”. De modo que se dio a la empresa de buscar la palabra adecuada. Destrucción como tal no servía debido a su acepción de aniquilamiento. Encontró en el diccionario desconstrucción, la cual tenía una acepción tanto gramatical como maquinal, en cuanto al desarreglo de la construcción de las palabras en una frase y al desconstruir una máquina para transportarla respectivamente. No obstante sus acepciones conferían a modelos de sentido (lingüísticos, gramáticos, semánticos, maquínicos) que en todo caso también debían ser sometidos al cuestionamiento deconstructivo. Así mismo, el prefijo des- contenía en sí un sentido de negación que no era lo que precisamente buscaba Derrida. De modo que acuñó la palabra “deconstrucción", la cual parece carecer de significado concreto y a la cual tuvo que defender, explicar, explicitar, esclarecer en contadas ocasiones, aunque para él sólo fuese una palabra más dentro de una toda una cadena de muchas otras palabras, sustituible y determinada por otras palabras.

No obstante, cierto sema que habita en la palabra aludía a las estructuras, tan de moda por entonces, pues “el término deconstrucción no podía sino darse a partir de la problemática del discurso estructuralista, que predominaba el panorama cultural francés por ese entonces. De modo que deconstruir era asimismo un gesto estructuralista, que asumía la necesidad de una problemática estructuralista y que a la vez era antiestructuralista en tanto que ataca los presupuestos, las bases, en tanto que desedimenta, desmonta, desmantela para entender cómo se forman tales estructuras, el gran constructo del pensamiento occidental con sus metafísicas, sus logocentrismos, sus presupuestos y sus opuestos binarios”.

No obstante, no es una operación negativa. “Deconstruir consiste, en efecto, en deshacer, en desmontar algo que se ha edificado, construido, elaborado pero no con vistas a destruirlo, sino a fin de comprobar cómo está hecho ese algo, cómo se ensamblan y se articulan sus piezas, cuáles son los estratos ocultos que lo constituyen, pero también cuáles son las fuerzas no controladas que ahí obran” (Peretti). Deconstrucción es entonces un término de ida y vuelta, no aniquila, explora y nace de una necesidad de comprender cómo se forma un conjunto, cómo se construye una estructura, como se constituye el entramado de un discurso, de una cultura, de una sociedad, de sus leyes, presupuestos y prejuicios. De modo que la deconstrucción no es un término cuya acepción pueda abarcarse en un diccionario, y aunque sea “aplicable” tampoco puede pensarse como método, análisis, o crítica.

No es un análisis porque el desmontaje de una estructura no es una regresión hacia el elemento simple o un origen descomponible, instancias del aparato de la crítica trascendental/metafísica. Ni es una crítica porque no es en el sentido de krineîn/ krísis una decisión, un juicio valorativo que se establece a partir de una serie de primacías y jerarquías. Tampoco es un método porque no es un acto ni una operación: es un acontecimiento no pasivo y singular, “que tiene que replantearse en cada ocasión, que tiene que inventarse de nuevo en cada caso. Por eso, no se debería hablar sin más (como aquí-y-ahora estoy haciendo [peretti y yo]) de la deconstrucción en singular, sino que habría que hablar de deconstrucciones en plural, de deconstrucciones que se inscriben en la singularidad misma de lo deconstruido” (Peretti). Igualmente habría que replantearse que no es la operación de un sujeto que se presupone posterior y exterior al objeto, lo cual es, en buena medida, aquello que la distingue de las historias de las lecturas, de la teoría de recepción y la hermenéutica.

Por una parte, la hermenéutica presupone un texto, una verdad o sentido a descubrir en él, y la teoría de recepción presupone un sujeto; la interpretación en ambas es el instinto de descubrir el significado en el texto o en todo caso afirmar que la lectura es el significado. En la hermenéutica se buscan las huellas que deja el sentido mientras que en la deconstrucción se busca el efecto de la huella, reinterpretación de la interpretación. Así, mientras que ésta reivindica el privilegio ontológico y semántico del texto, basándose en una metafísica de la presencia, la deconstrucción intenta desmantelarlos anulando los presupuestos de un algo ahí previo, del privilegio de esos presupuestos.

Digamos pues que la deconstrucción es una estrategia de desmantelamiento. Advierte un discurso occidental, basado en la presunción de un origen, de un sentido, de una metafísica de la presencia. Todo esto le hace ruido, ut ita dicam. Propone asimismo que en una oposición filosófica tradicional no hay realmente una coexistencia pacífica de términos contrapuestos sino una violencia, que uno de los términos siempre domina al otro. De modo que el objetivo general de la deconstrucción vendría a ser, por medio de una acción doble, un silencio doble, una estructura doble, poner en práctica una inversión de la oposición clásica y un corrimiento general del sistema, de un campo de oposiciones no exclusivo de las fuerzas discursivas.

La deconstrucción opera a través de una genealogía estructurada (en cómo se dieron las estructuras), y en ese sentido presupone y determina lo que la historia pudo haber ocultado o excluido, constituyéndose como historia a través de esta represión en la que encuentra un reto (como Harold Bloom por ejemplo). Por otra parte identifica las operaciones retóricas que dan lugar a la supuesta base de argumentación, el concepto clave o premisa para anular las oposiciones jerárquicas en que se basa (como Paul de Man).

Estas oposiciones básicas, los dichosos “opuestos binarios” están asociados a cierto logocentrismo de la metafísica, la orientación de la filosofía hacia un orden del significado, un centro, pensamiento, verdad, razón, lógica –el mundo concebido como existente por sí mismo, como un fundamento–. Así, todos los nombre referidos a fundamentos, a principios o al centro, han designado siempre el constante de una presencia que invita a suponer un fundamento que expresa, en oposiciones como significado/forma, alma/cuerpo, causa/efecto, intuición/expresión, literal/metafórico, naturaleza/cultura, inteligible/perceptible, positivo/negativo, trascendente/empírico, un término superior que pertenece al logos y uno inferior que señala la caída. Este vicio occidental (el atributo es mío), este logocentrismo asume pues la prioridad del primero y concibe el segundo en relación a éste como complicación, negación, derivación, deterioro, accidente, mientras que el primero siempre es simple, intacto, normal, puro, prototípico, idéntico a sí mismo. Y estas oposiciones son, por así decirlo, “los enemigos a vencer”, los preceptos básicos de un discurso jerarquizador al cual habría que aplicar la estrategia desmanteladora.¿Cómo?

Para esto Culler, en Sobre la Deconstrucción, alude a un ejemplo nietzscheano de la Voluntad de Poder en el cual se desmantela la estructura causal, basada en el opuesto binario de causa-efecto, una operación retórico-tipológica. Una persona siente dolor. Esto es motivo para que se busque una causa, un alfiler quizá. Se establece una relación primera dolor…alfiler (perceptivo-fenoménica) que luego se invierte alfiler…dolor para crear una secuencia causal. Así, “el fragmento del mundo exterior del que nos hacemos concientes sucede tras el efecto que se nos ha producido y se proyecta a posteriori como su causa”. El efecto causa buscar una causa, la cual se hace mediante una inversión cronológica. Digamos que la causa quedó desmantelada, mas no abolida, ni anulada. La deconstrucción no ilegitima el concepto de causalidad, sino que lo aplica al sistema, aplica la causa a la causa. Emplea la causa en la organización secuencial de la exposición sistemática de conceptos y premisas, y así, mediante una inversión, deshace la operación retórica responsable de la jerarquización lógico-temporal.

Así, pueden desmantelarse toda una serie de conceptos y premisas que dependen del valor de la presencia, de un antes ahí, la causa, el origen, “la inmediatez de la sensación, la presencia de las verdades últimas de una conciencia divina, la presencia efectiva de un origen en un desarrollo histórico, la trasunción de una tesis y una antítesis en una síntesis dialéctica, la presencia en el habla de estructuras lógicas y gramaticales, la verdad como lo que subsiste tras las apariencias y la presencia efectiva de un objetivo hacia el cual se conducen”. (Culler)

Como puede advertirse, toda presencia/ausencia se erige como oposición fundamental, la cual mediante un digámoslo así “proceso reconstructivo”, Derrida resuelve con la concepción de diferancia. El filósofo postula que para que la presencia opere tal cual se afirma, ha de tener las cualidades que pertenecen a su supuesto opuesto. Así, en lugar de definir la ausencia en términos de presencia, se trata la presencia como el efecto de una ausencia generalizada, en términos de diferencia. La cosa está en plantear la presencia ya no como la matriz absoluta del ser sino más bien como una particularización y efecto ceñidos a un sistema que ya no es el de la presencia, sino el de la diferencia.

Derrida parte de las teorías expuestas por Sasussure, para quien los actos de significación dependen de las diferencias, como el contraste entre “color” y “no color”, que posibilita que color sea significado, o el contraste entre elementos significantes que permite que una secuencia opere a modo de significante. Para Saussure los signos, arbitrarios y convencionales, no se definen esencialmente sino diferencialmente, por la diferencia que los distingue de otros signos. Así, la lengua se concibe como un sistema de diferencias, lo cual impide fundar una teoría del lenguaje sobre bases positivas que puedan estar presentes en el presente o en el acto de habla. Por una parte la estructura de la lengua es un producto de los hechos, el resultado de actos previos de habla (parole), y por otra, la posibilidad de comunicar ya está inscrita en la estructura de la lengua (langue). Está siempre la organización previa de una organización, de una diferenciación. Se debe aceptar por lo tanto, una producción sistemática de diferencias. “Differance es estructura y un movimiento que no se puede concebir a partir de la oposición presencia / ausencia. Différance es el juego sistemático de diferencias, de huellas de diferencias, del ordenamiento por el cual los elementos se relacionan unos con otros. Este ordenamiento es la producción simultáneamente activa y pasiva de intervalos sin los cuales los términos no podrían significar. (Positions (Derrida citado en Culler)).

Etimológicamente: “Diferancia (différance) alude a la alternancia entre las perspectivas de estructura y del hecho. El verbo différer significa diferir en sus dos acepciones: aplazar y ser distinto de. Differánce se pronuncia igual que différence pero la terminación ance, que se usa para crear nombres verbales, la convierte en una forma nueva que significa “diferencia-diferenciador-aplazamiento. Así differánce designa tanto una diferencia pasiva que ya se da en tanto que condición de la significación, como un acto diferenciador”. (Positions [Derrida citado en Culler]).

Este “juego de diferencias implica síntesis y referencias que evitan en cualquier momento haya un sólo elemento presente en y de sí mismo y se refiera sólo a sí mismo. Ya sea en el discurso escrito o hablado, ningún elemento puede funcionar como signo sin remitirse a otro elemento que no esté presente por sí sólo. Este vinculación significa que cada elemento—fonema o grafema—está constituido por la referencia de la huella que tiene de los otros elementos de la secuencia o sistema. Esta vinculación, esta interconexión, es el texto, que se produce sólo por medio de la transformación de otro texto. Nada, ni en los elementos ni en el sistema, está nunca sólo presente o sólo ausente. Hay únicamente, siempre, diferencias y huellas de huellas”. (Positions [Derrida citado en Culler]).

Así a partir de Saussure se concibe a la lengua en términos diferenciales y no referenciales, en donde se supone una referencia, la presencia inmanente a la cual el signo “representa”. Esta concepción Saussuriana, que dio tanto de qué hablar a estructuralistas y semióticos, no sólo condujo a Derrida a atacar la presencia supuesta del significado, sino también a realizar en De la gramatología la crítica al esquema jerárquico que otorgaba la prioridad al habla y hacía dependiente a la escritura.

Esta jerarquía, apodada fonocentrismo, considera que la palabra hablada constituye el objeto por sí sólo del análisis lingüístico; privilegia al habla en la oposición, atribuyéndole primacía, anterioridad, correspondencia y orthotês con respecto al significado, y finalmente, una conexión inmediata con las pasiones. Así, desde Platón (Cratilo, Fedro) y Aristóteles (Sobre la Interpretación) hasta Rousseau (Ensayo sobre el origen de las lenguas y Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres), se ha concebido a la escritura como algo secundario, como un suplemento, concepto de Rousseau que, para Derrida, antes de argumentar a favor de una naturaleza completa del habla y la escritura como una técnica añadida extraña a la naturaleza del lenguaje, supone en el habla una presencia incompleta a la cual habría que completar, suplementar con la escritura.

Que Saussure explique ya las unidades lingüísticas mediante la escritura, da pie a Derrida a afirmar que las mismas categorías en que se inscribe a la escritura aplican para el habla, y que podría hablarse ya del habla como una forma de escritura, realizando así una inversión, un corrimiento en la oposición clásica habla/escritura. Para Derrida, la concepción de la escritura como una técnica para registrar el habla en inscripciones que se pueden repetir y hacer circular en ausencia de la intención significante que anima el habla es una condición de los signos lingüísticos en general, no sólo de la escritura. Asimismo la marginación de la escritura, en tanto que suplemento, constituye una operación subrayada por la historia completa de la metafísica y es incluso la operación crucial en la “economía” de los conceptos metafísicos. Cito para concluir esa breve exposición, lo que podría llamarse el argumento de la obra que vio nacer la deconstrucción:

“El privilegio de la phoné no depende de una elección que habría podido evitarse. Responde a un momento de la economía (digamos de la vida, de la historia o del ser como relación consigo). El sistema del oírse-hablar a través de la sustancia fónica -que se ofrece como significante no-exterior,no-mundano, por lo tanto no-empírico o no-contingente ha debido dominar durante toda una época la historia del mundo, ha producido incluso la idea de mundo, la idea de origen del mundo a partir de la diferencia entre lo mundano y lo no-mundano, el afuera y el adentro, la idealidad y la no-idealidad, lo universal y lo no-universal, lo trascendental y lo empírico, etcétera.(De la gramatología, 13).